Historias de la vida puñetera (Reseña)

Historias de la vida puñetera (Reseña)

Lola Clavero: Historias de la vida puñetera, Ayuntamiento de Málaga, 2020, 78 págs.

 

Una de las principales condiciones que debe tener un título es ser veraz: tiene la obligación de reflejar lo que existe dentro de las páginas del libro que precede. Una novela titulada La casa igual puede tratar de fantasmas que de hipotecas. En este caso, la autora se ha superado pues ha conseguido resumir nade menos que el hecho literario en tres grandes verdades que explicaremos a continuación.

La primera es que todo en el mundo va de historias. Qué es verdad y qué es mentira son temas harto debatibles y sobre los que no cabe la certeza: entramos en el terreno de la perspectiva, del subjetivismo y hasta de la ilusoriedad del mundo o mâyâ, como la llaman los hindúes. Lo que sí tenemos indudablemente son historias. La vida del hombre se compone nada más que de eso: de relatos más o menos ciertos que cuenta a los demás o que se cuenta a sí mismo.

Y las historias son de la vida porque, si no fueran de la vida, ¿de dónde diantres iban a ser las historias? Los muertos, cuando se están quietecitos en su casa, son muy aburridos. Solo presentan interés cuando vuelven a nosotros en forma de zombis o bajo cualquier otro aspecto.

La tercera y última realidad es que esa vida que lo es todo y fuera de la cual nada hay es muchas cosas, pero sobre todo puñetera. El universo no nos odia, sino que se limita a ignorarnos, pero por alguna tremenda broma cósmica de mal gusto nuestra existencia en el cosmos no es agradable, por decirlo suavemente. Alguna fuerza primigenia nos ha mandado a este planeta a hacer puñetas, como quien dice; y aquí nos estamos, haciendo las nuestras y sufriendo las de los demás.

Los curiosísimos relatos que integran el libro de Lola Clavero poseen muchas virtudes, siendo el eslabonamiento de los párrafos una de las principales. Leamos por donde leamos, queremos saber qué viene a continuación. La fluidez narrativa (que muchos insensatos sin imaginación han pretendido falsamente conseguir suprimiendo los signos de puntuación, esos grandes amigos del escritor) es algo muy difícil de lograr, pero lo que más engancha al lector. No importa lo que la autora esté contándonos: queremos saber en qué parará todo aquello y hasta nos frustramos un poco cuando acaba de relatárnoslo, pues nos apetece más de lo mismo.

Su voz es la primera persona, pues todo lo que ocurre en el universo nos ocurre a nosotros, lo que nos hace sentirnos mucho más identificados con ese punto de vista narrativo que te ayuda a meterte en el personaje, ya sea varón, hembra, una mezcla de los dos o ninguno de ellos.

La palabra que mejor definiría este cuentario (¿no llamamos ‘poemario’ a toda colección de poemas?, ¿por qué no inventar una palabra propia para una colección de cuentos, ya que hay tantos?) sería ‘equilibrio’. Equilibrio entre lo cómico y lo dramático, entre lo narrativo y lo dialogal, entre lo real y lo imaginado. Lola Clavero maneja la prosa a placer (la prosa es una vieja amiga suya y le obedece sin chistar), va directa al meollo de la cuestión, prescinde de frases inanes o de relleno y consigue una condensación literaria de alta calidad, con un elevado número de culturalismos que (y hablamos por nosotros) nos parecen un estupendo realce.

El tema común es el de siempre, pero sin duda el más apasionante: las relaciones humanas, los hombres, las mujeres y los siempre extraños vínculos que se establecen entre estas dos especies tan distintas (porque son muy distintas, diga lo que diga la ciencia antropológica) y que, sin embargo, se necesitan tanto la una a la otra como en cualquier relación simbiótica o parasitaria de las que la zoología nos da muestras.

Este es un libro para disfrutarlo varias veces, si no se lo regalamos antes a cualquier amigo para que lo pase bien él también. De seguro, al cabo de unos años habremos olvidado los originales puntos de giro que la autora incluye y nos sorprenderemos de nuevo al encontrárnoslos. Otros libros de Clavero inciden más en el humor (negro a veces); en este no falta tampoco, pero se beneficia, además, de ese amargor que nos deja en la boca la contemplación de nuestra falibilidad humana, de nuestras debilidades y nuestras frustraciones. Risas después de las lágrimas y lágrimas después de las risas, que es lo que Lope de Vega aconsejaba para cualquier texto que se precie.