Reseña de Ofelia, de Pedro Víllora

Reseña de Ofelia, de Pedro Víllora

Pedro Víllora: Ofelia, Sial Pigmalión, Madrid, 2023, 204 págs.

Dicen que en arte todo está ya hecho, pero no es menos cierto también que todo está por rehacer, especialmente muchos de los temas eternos, que lo son precisamente por la gran carga emocional y narrativa que conllevan y que permite que se hagan de ellos una y mil recreaciones.

Las obras de los verdaderamente grandes de las letras son generosas en sugerencias y subtramas. Y si en ocasiones la excesiva —¿puede haber «excesiva» calidad cuando se habla de literatura?— intensidad de un protagonista oculta los valores de otros personajes secundarios pero no menos profundos, están para remediarlo los escritores perspicaces que saben hallar aun en los más trabajados clásicos nuevos elementos con los que hacer brotar en el pantano de las aguas ya quietas flores frescas y esplendorosas. En el caso del desventurado príncipe de Dinamarca no queremos dejar de recordar la obra de Benavente El bufón de Hamlet, en el que el príncipe niño y sus compañeros de juegos, Horacio, Ofelia y Laertes, disfrutan con la compañía, las bromas y las enseñanzas de Yorick, que anticipa lo que sucederá. Víllora no ha sido menos diestro y ha encontrado un filón estético y emocional en la tragedia de Ofelia, arrastrada en la vorágine de la pasión de Hamlet.

Quizá nadie mejor que Víllora en nuestra escena actual para recrear esta historia que estaba por contarse en su plenitud. El autor es creador, adaptador, poeta, crítico, biógrafo; y todas esas cualidades eran precisas para que la gran Ofelia no quedase incompleta o desvirtuada.

El planteamiento es sumamente original: no es una mera recreación del drama desde la perspectiva femenina, algo que cualquiera —y hoy más que nunca— podría haber imaginado. Mediante el empleo de otros poderosos entes shakespearianos y un intenso tratamiento del personaje en el que prima este sobre la acción, Víllora nos cuenta los sufrimientos de Ofelia a través de los que la conocieron. Romeo, su profesor, y Otelo, su amante, nos muestran a una  mujer polifacética y distinta, pero siempre atrayente y apasionante.

No haré una prolija lista de alusiones, influencias, semejanzas, intertextualidades y demás elementos eruditos, pues el excelente prólogo de Francisco Gutiérrez Carbajo —pulcro ejemplo de academismo— cubre todo ello y todo lo explica. Me centraré en hablar de Víllora, que nos da esta obra de metateatro de la mejor factura posible.

¿Cómo conseguir tanto movimiento en una obra esencialmente dialogal? El autor lo logra con su dominio de las técnicas narrativas antes apuntadas. En su trama hay intriga, pasiones, enfrentamientos, odios, acusaciones y hasta alusiones al crimen. Pero lo que nos apasiona de su pieza es la cantidad de temas de reflexión en torno al teatro y a las relaciones humanas, que no son sino otra forma de teatro que hacemos todos cotidianamente.

El eco de la eterna metáfora del theatrum mundi se deja oír de continuo en estas páginas, pero hay muchos otros conceptos sobre los que reflexionar en este ejercicio de teatro «transversal», como podríamos llamarlo: la nunca suficientemente ponderada importancia de los libros en la vida de los hombres, la necesidad de libertad del creador para no caer en «galoclasicismos» constreñidores, la defensa del individualismo frente al colectivismo alienante, la inmersión en la literatura como modo de vida, la actividad académica como misión espiritual, el necesario control de los docentes sobre la vanidad: su principal tentación, la necesidad de la educación como única fuente de valores y varios otros temas de igual importancia que encuentran cabida (que Víllora sabe aglutinar) en una historia de todos conocida y que —¡qué equivocados estábamos!— creíamos que ya no tenía mucho más que ofrecer.

El volumen que recoge esta obra —Premio Internacional de Teatro «Esquilo» 2022— se complementa con otra pieza de inspiración isabelina: Lear/Cordelia o las cosas persas, pero que merece ser objeto de una crítica aparte.

Los amantes del arte de hacer feliz a la gente con las palabras (arte al que muchos llamamos literatura) tienen ahora algo más que agradecerle a Pedro Víllora.