Cartas a mi madre (Reseña)

Cartas a mi madre (Reseña)

Estas Cartas en verso conforman un exquisito poemario que no es una obra aislada. Su autor lo es asimismo de otros trabajos sobre la emoción que se anuncia en el título, pues este libro complementa lo que se dice en Cartas al padre (2000) y Cartas al hijo (2008).

Luis Rafael Hernández es un escritor de gran sensibilidad. No puede ser de otra manera, si consideramos no sólo su vasta formación académica y su actividad profesional —siempre trabajando con los textos de los mejores clásicos—, sino también sus actividades en su ocio, que no son sino más horas dedicadas a la cultura, a la creación literaria, a vivir en continua relación con la magia simbólica de la palabra.

Este libro está dedicado a la relación parentofilial y a lo que podríamos llamar «la transmisión del linaje» (¿qué he recibido de mi madre?, ¿qué he legado a mis hijos?, ¿en qué se convertirán?, ¿cuál será su aportación al mundo?). Hallamos casi escondida en el interior de sus páginas una conmovedora cita del trascendentalista estadounidense Ralph Waldo Emerson («Los hombres son lo que sus madres hicieron de ellos») que viene a reforzar la pertinencia de este homenaje y la declaración de principios del autor, que afirma que los hombres somos —ante todo y por encima de toda otra definición— hijos de nuestros padres y padres de nuestros hijos («la paternidad es mi patria», había ya escrito Luis Rafael en otra de sus obras).

Pero el volumen versa también sobre la existencia y la muerte, sobre los recuerdos, sobre los estragos del inexorable paso del tiempo y sobre los temas eternos, como los universales de la filosofía. Nos ofrece ideas bien meditadas y sintéticamente expresadas sobre las que el lector avanza, como si estuviera subiendo los peldaños de una escalera de reflexiones vitales.

Y todo ello con un estilo personalísimo, estructurado en versos cortos y sintéticos, en el que al influjo de las vanguardias y sus experimentaciones caligramistas, el escritor añade un uso estético y simbólico de los elementos tipográficos y de las mayúsculas, con la obvia finalidad de dotar a los poema de una más amplia variedad de matices. Plecas, rayas, guiones y otros signos varios enriquecen los textos y lo hacen de manera definitiva, pues no es igual una frase entre paréntesis que entre corchetes y estas sutiles diferencias —que tienen su origen en el estilo del discurso académico y ensayista—, aplicadas a la poesía, mejoran sensiblemente los significados y dotan al poeta de herramientas más perfectas para llevar a cabo su trabajo. Hablamos, pues, de un estilo tan peculiar que nos hará reconocer cualquier otra composición de su autor allí donde la encontremos.

En cuanto al empleo de la lengua en sí, los poemas incluyen todo tipo de figuras retóricas de pensamiento y de palabra: multitud de anáforas, originales paronomasias, sutiles anfibologías y, por supuesto, todo un amplio muestrario de metáforas casi continuas que nos hacen detenernos a degustarlas y, en numerosas ocasiones, nos invitan a retroceder en la lectura para disfrutarlas de nuevo.

El léxico es amplio y contiene abundantes referencias culturalistas (valga como ejemplo la mención de los uróboros, animales serpentiformes que engullen sus propias colas formando un símbolo circular asociado a la naturaleza cíclica del tiempo), mezcladas en ocasiones con alusiones futuristas y elementos de la modernidad (hallamos en un mismo poema referencias a los GPS y las autopistas, junto al mito de Sísifo). En general, el efecto conseguido es el de la variedad —el elemento que Baltasar Gracián define como más deseable en cualquier tipo de escrito—: tras las palabras que integran un verso, aparecen en el siguiente las más inesperadas, produciendo así una y otra vez en el lector la valiosa emoción estética de la sorpresa.

Reseñar poemarios es una tarea difícil e ingrata, pues la poesía no se puede realmente describir: ha de leerse y, aun así, cada lector obtendrá una impresión distinta sobre el libro (y así debe ser). Pero a la frustración de no poder transmitir adecuadamente lo que hemos asimilado se le contrapone el propio placer de su lectura, algo que este poemario regala abundante y generosamente a quien se acerca a él.