Más allá de las estrellas (Reseña)

Más allá de las estrellas (Reseña)

Teresa Alexandra Uriol: Más allá de las estrellas: Andrómeda; Madrid; 1990; 143 págs. (Reseña)

 

No ha de abrirse este libro al azar, para leer alguna de sus páginas, como quizá hacemos frecuentemente con los libros de poesía. Y no hemos de hacerlo porque su autora no lo ha predispuesto así. Sus poemas tienen un orden y este orden, una razón de ser; integran una secuencia lógica en la que es fácil perderse si no se sigue el camino fijado de antemano. Este orden tiene, a su vez una clara intencionalidad y una causa precisa (la secuencia en la que la escritora quiere que revivamos sus experiencias). Ya en su exquisito y sugestivo prólogo, Leoncio García Jiménez –director de la colección Acuario, en la que tiene cabida esta obra– nos regala, en la acepción más profunda de la palabra, este libro, para que nos embebamos de él, para que lo saboreemos, pero también para que escudriñemos en él y le arranquemos su secreto, diciéndonos también que el mundo de Teresa es, quizá, el nuestra propio.

Así lo indica la autora, que lo dedica “…a todos los buscadores”. Su tema es lo permanente y a ello intenta hacernos llegar desde tres diferentes puntos de mira: el suyo propio interior, el del hermetismo occidental y el de las filosofías orientales. La obra se encuentra dividida en dos partes claramente definidas. La primera, titulada “Desde la luz de las estrellas”, trata de esta filosofía interior, de sus percepciones e ideas. La segunda, “Poemas de una nueva era”, aúna en el doble número de composiciones el saber oculto de Europa, la interpretación occidental de los arcanos hebraicos y filosofías tan distantes como el budismo Zen. Sin embargo, la parte primera nos parece indudablemente mejor y de más profundidad que la que le sigue: parece más reflexionada y más sentida, mientras que la segunda es, en ocasiones, superficial y limitada a la anécdota o a la imagen, bella, por otra parte. En cuanto al empleo de la lírica como instrumento filosófico, se nos recuerda la frase de Hölderlin de que los poetas echan los fundamentos de lo permanente, así como la afirmación de Heidegger de que la historia se fundamenta en la poesía.

Los conceptos que maneja Teresa Alexandra Uriol en su mente y con sus palabras gravitan en torno a la gran pregunta metafísica sobre el Ser. Vemos aquí una clara influencia budista, al Todo definido como la Nada tangible, en un admirable litote filosófico. En otro lugar habla de cómo la última realidad, compadecida, le entregó el vacío, “vehículo gratuito, contenedor de lo Absoluto”. Pero esta negación no es total ni ha de interpretarse así. La vida tiene una realidad en sí, es por sí misma. No es óbice para esto el que la imaginación no pueda soñarla, como se nos dice, pues ello queda un tanto confuso para el hombre. No sólo esto, sino que nos habla de la vida como algo inferior y enteramente distinto de la existencia, diferenciación curiosa, pero altamente esclarecedora. La existencia es algo per se:

Siempre hemos existido.
Nunca nacemos en la noche secreta,
ni morimos después de llorarle a la vida.

Sin embargo, dentro de los limites de lo físico y lo temporal, la vida puede o no estar y permanecer. Un poema trata de la creación de un planeta, de una explosión metafísica que hace expander la materia y, tras ello, la Vida se proclama habitante de la terrible selva negra. Por oposición, la Muerte no es sino un vacío en el que se advierte la temporalidad y en el que uno puede crearse a sí mismo en el tiempo. Nos lleva este concepto automáticamente al de reencarnación, voluntaria o no. Al Hombre le define como espacio concentrado, en un tiempo eventual, que conduce a la evolución, que es su razón de ser: “[El hombre] regresa del polvo, preparándose para ser Dios.”

Es este poemario como un alambique en el que la autora destilase substancias diversas y en el que creemos percibir olores del nihilismo budista, del racio-vitalismo de Ortega, del concepto del Ser de Heidegger, del mito nietzscheano del eterno retorno y de varios otros elementos de pensamiento que no son sino esfuerzos por arrancarle su misterio al universo, por saber lo que no puede o debe saberse; esfuerzos, en definitiva, por ser con el Ser, a lo que sólo se llega (como dice Teresa) rompiendo la piel de lo imposible.