De un pájaro de amor que anidó primavera al Oriente de Capadocia (Reseña)

De un pájaro de amor que anidó primavera al Oriente de Capadocia (Reseña)

Manuel Cortijo Cieza: De un pájaro de amor que anidó primavera al Oriente de Capadocia, Andrómeda; Madrid; 1986; 41 págs. (Reseña)

 

Esta obra, honda en el sentir y bella en el decir, fue galardonada con el Premio Zenobia de 1986 que la Sociedad Cultural Rabindranath Tagore, de Madrid, viene otorgando anualmente a aquel libro que una a su calidad literaria aquellos elementos que evoquen la figura de Zenobia Camprubrí de Jiménez y el giro sutil que ella imprimió tanto a la obra poética de su esposo como a la versión española del bardo bengalí.

Los editores del libro lo han acogido con entusiasmo y le conceden al autor el talento divino del que habló Homero de deleitar a la gente con sus cantos. El prologuista compara a estas poesías con las del Dante, en la contraportada se nos dice que el libro semeja al templo del equilibrio entre la materia y el espíritu, principio clásico de la sabiduría. No abrigamos intención alguna de restarle mérito al autor ni de desviar la vista de las innegables bellezas de estos veinticuatro poemas, pero sí gustaríamos de recordar que el elogio desmedido y el entusiasmo hiperbólico suelen, con frecuencia, perjudicar más que beneficiar a un autor como Cortijo Cieza, quien, sin ser profano en el mundo poético  –ya que existen composiciones suyas en diversas antologías– no goza todavía de una posición estable lo suficientemente reconocida en la esfera de Euterpe o en la de Erato.

El libro, pese a lo antedicho, no es meramente “uno más entre otros semejantes”, pero queda en mejor posición si se le considera más un inicio prometedor que una conseguida obra literaria de perfección artesanal. Se trata de una obra intimista  –una tendencia tan de moda en la actualidad–, con un ritmo poético elevado y que comunica impresiones en un nivel puramente simbólico y carente de realidad exterior. No es la verdad superficial de las cosas en sí de lo que trata, sino de lo que éstas tienen de misterio y de espiritualidad. Este desligamiento de lo actual se preocupa el autor de dejarlo bien explícito en su título. Capadocia –el antiguo país del Asia menor al oeste de Armenia y al sur del Cáucaso–  nos proporciona las coordenadas temporales y espaciales del tema: nos traslada a un mundo antiguo, en el que las cosas y los países eran conocidos con otros nombres, y nos sitúa en un Oriente, abstracto en principio, pero que se irá concretando según se avanza en la lectura de la obra, hasta conducir al lector hasta la tierra que es cuna del Ganges.

El tema que domina a lo largo de las composiciones es el de la sublimización del amor, al que define como “evangelio de la Única Religión Cósmica Universal» (De un pájaro…, VII). El poeta es el juglar de su amada y su fijación llega al extremo de producirse una fusión completa, una total androginia: “Comencé a amarte y tú fuiste en mí” (Op. cit., XIII). El proceso temático pasa por cinco fases bien definidas, aunque limitadas lógicamente por la brevedad de la obra. En primer lugar tenemos el encuentro de los amantes potenciales; a continuación asistimos a la conjunción amorosa, llena de sensualidad placentera; la ruptura inevitable viene a continuación, provocando una etapa de sentimientos originados por la ausencia de la amada. Por último hallamos una etapa de resurrección metafórica, en donde el poeta supera el trauma que el desengaño amoroso le ha producido, aprende el sentido del amor y adquiere el conocimiento que llevan consigo las debilidades superadas.

Dentro de esta línea temática vemos el empleo definido de elementos dignos de mención separada. En toda la obra impera un deliberado culturalismo, en forma de referencias mitológicas, bíblicas y artísticas de todo tipo. Dentro del universo del saber, del que Cortijo Cieza toma nombres y detalles, se percibe un afán de igualar, de fusionar y de parangonar conceptos antiguos, como puede verse en el siguiente ejemplo de sorprendente tono indo-judaico:

Para construirme en la Tierra Prometida
DIOS nos da el Ganges
con la arcilla de Benares y de tu cuerpo. (Op. cit., 1)

Otros elementos que merecen ser citados son la gran carga simbólica a la que ya hemos aludido y que se inicia desde el título mismo, la sensualidad, el erotismo y el poéticamente eterno tema de maya: “Porque seguimos habitando el sueño de Dios”. (Op. cit., XXII)

Por último, han de citarse algunas peculiaridades en el empleo que el autor hace de los recursos lingüísticos. Tipográficamente hallamos dos innovaciones interesantes: el empleo de versalitas para conceptos esenciales (como DIOS, VIDA, etc.) y el de mayúsculas para palabras diversas que, en el contexto, encierran un secreto o un sentido oculto y recóndito que el lector debe descifrar (Asombro, Realidad, Obelisco, Mar, etc.).

En cuanto a la lengua básica, el poeta ha logrado un grado aceptable de originalidad, con recursos de origen modernista, como el empleo de esdrújulos para fines de sonoridad rítmica y la profusión de adjetivos descriptivos de colores, olores y sabores. Por añadidura ha sabido emplear diestramente el recurso simbólico y cromático de que una flor o planta distinta aparezca en prácticamente cada composición, como elemento plástico y en la mejor tradición romántica, que estableció para siempre un lazo indisoluble entre la flora y los sentimientos amorosos.