La ciudad de Dios, de San Agustín

La ciudad de Dios, de San Agustín

Libro XIX, caps. XII al XV

En este texto San Agustín reflexiona sobre la paz e indica que la paz del alma racional debe preferirse a la del cuerpo.

Afirma inicialmente en el capítulo XII que todas las criaturas aspiran a la paz; incluso aquellas que hacen de la guerra y de la violencia su forma de vida, tienden a conseguirla. También los animales la desean e igualmente el prototipo de hombre salvaje que describen las fábulas. De esta manera, la misma naturaleza humana impele al hombre a vivir en sociedad y en paz con sus semejantes. De ahí el autor pasa a exponer la idea del orden, uno de los elementos que constituyen el bien, pues lo que no está ordenado es perverso. A Dios se le define como Creador y Ordenador y su ley es la que gobierna y regula el universo.

El capítulo siguiente trata de las diferentes formas de la paz y recalca la idea de que la paz es la tranquilidad que surge del orden. Esto lleva al concepto del mal. No existe ningún ser tan malo en quien no pueda darse al menos una parte de bien. La maldad del mismo diablo procede de su desorden, de su alejamiento del orden de la verdad.

Además, Dios ha otorgado al hombre una paz temporal a la medida de su vida mortal y los instrumentos para preservarla o recuperarla. Pero el hombre ha de usar con corrección estos bienes para obtener su premio.

El capítulo XIV habla del orden y de cómo el hombre debe emplear las posibilidades de este mundo para conseguir la paz tanto terrenal como celestial.

La paz que puede obtener el hombre es la que se deriva de la unión de acción y conocimiento, en virtud de su naturaleza racional. Pero el hombre puede equivocarse y necesita que Dios le enseñe y guíe, precisa de una iluminación divina.

La enseñanza divina abarca dos nociones: amor a Dios y al prójimo. El hombre, además, debe conseguir que los demás también amen a Dios. Es en este amor compartido en donde el hombre encuentra la paz.

Finalmente, el capítulo XV contrapone los conceptos de libertad natural y de esclavitud. Dios ha establecido que el hombre domine a los seres irracionales, no a los otros hombres. La esclavitud es, pues, un pecado, una corrupción moral.

Es interesante la puntualización que hace San Agustín de que es mejor ser esclavo de un hombre que de una pasión. También recomienda a los esclavos que lleven su situación con dignidad y que sirvan de corazón a sus amos mientras dure esa situación de injusticia.

Este texto de hace quince siglos sigue teniendo interés y tocando temas vigentes. No obstante, hay que considerar la situación social y la mentalidad de la época en la que fue escrito, sobre todo en los ejemplos referentes a las relaciones entre hombres y mujeres o a los derechos del cabeza de familia sobre las personas de su entorno.

Es muy útil la titulación de los capítulos para mejor comprensión de lo que se expone en ellos. Se aprecia claramente en el discurso una tendencia no sólo a comunicar ideas y a convencer con ellas, sino a conseguir del lector una predisposición emocional favorable por medio de frases interrogativas y admirativas, así como mediante el empleo de figuras retóricas y ejemplos cercanos y cotidianos.