Historia estúpida de la literatura (José Manuel Benítez Ariza)

Historia estúpida de la literatura (José Manuel Benítez Ariza)

No abundan mucho las parodias en la literatura española. No tenemos nada parecido a las páginas en las que H. G. Wells remedó inmisericordemente el estilo de Henry James, o a los ripios con los que Aldous Huxley se atrevió a “traducir” un fragmento de Milton al peculiar dialecto poético de Edgar Allan Poe. En la España anterior a la guerra civil, bromas así hubieran dado lugar, como mínimo, a que el ofendido retase en duelo al ofensor. Sólo en los años ochenta del siglo pasado hubo algunos intentos estimables de normalizar en la vida literaria española lo que en otras parece aderezo imprescindible de cualquier actividad intelectual: el humor autoparódico, y uno recuerda con nostalgia las parodias poéticas que suscribía en la revista Fin de Siglo el escurridizo y aún no identificado “Vicente Corbi”, o las semblanzas caricaturescas que firmaba el “profesor Nativo da Tívoli” en el suplemento literario que dirigían José Mateos y Juan Bonilla.

De todo eso se acuerda el lector al hojear la Historia estúpida de la literatura que ha perpetrado Enrique Gallud Jardiel (Valencia, 1958). Con unas páginas más afortunadas que otras, preside el libro un envidiable y disolvente sentido del humor, aplicado a los lugares comunes de nuestra historia y crítica literaria y a los clichés con los que críticos y profesores se refieren a esos lugares comunes que casi nadie se atreve a cuestionar. El intento, decíamos, se resuelve de manera desigual. Pero hay suficientes páginas logradas como para convencernos de que el autor posee un genuino sentido del humor, cuya expresión más pura es la que ofrece la serie de “greguerías que faltaban” que pone en boca de un hipotético “Ramón” que hubiera conocido la informática (“El ratón del ordenador es el estropajo de fregar los cacharros informáticos”).

Más allá de estos ejemplos de humor “puro”, desligado de intención crítica, se sitúan las parodias propiamente dichas, entre las que destacan la de un hilarante episodio de conspirado- res decimonónicos que bien pudo haber escrito Galdós, o una pseudoerudita compilación de alusiones al bacalao en autores medievales y renacentistas. Aunque quizá lo mejor del libro sea su aire de época: su débito -no sólo por el parentesco que revela el segundo apellido del autor- con la incomprendida generación de humoristas a la que pertenecieron, además de Jardiel, el inconmensurable Camba o el elegante Edgar Neville.