El guionista que renegó de Hollywood (Francisco Griñán)

El guionista que renegó de Hollywood (Francisco Griñán)

Buena paga, grandes medios y éxito de taquilla. El sueño de cualquiera que se dedique al cine. Aunque no lo suficiente si te llamas Enrique Jardiel Poncela y lo que te corre por las venas es la pasión por el teatro. Hasta el punto de dejar una paga de 200 dólares semanales en plenos años 30. «Un dineral para aquella época», explica Enrique Gallud Jardiel, nieto del dramaturgo y uno de los mayores expertos en la obra de la autor de ‘Los ladrones somos gente honrada’, que añade que el escritor prefería el ambiente del teatro en Madrid ya que en Hollywood carecía de la libertad creativa que gozaba en España. Y eso que el guionista y escritor convenció a la Fox para rodar la primera película en verso según una obra propia, ‘Angelina o el honor del brigadier’ (1935), que se convirtió en un éxito inesperado, adelantándose más de medio siglo a la repetición de esa fórmula con ‘Cyrano de Bergerac’ (1990).

El propio Enrique Jardiel marcaba distancia con Hollywood cuando le preguntaban en las entrevistas. «Yo vi en perspectiva unos meses de alegres vacaciones, la oportunidad de conocer América, ganándome de paso unos miles de dólares, y tomé el barco», afirmaba con desapego el propio autor en 1935 al volver de su segunda estancia en la industria californiana del cine. No obstante, el escritor madrileño dejó huella en el celuloide, ya que su trabajo fue mucho más allá del de simple guionista en las dobles versiones -inglés y español- que se hacían en la década de los 30 tras la llegada del sonoro.

«Patentó los ‘Celuloides rancios’, que consistía en tomar grandes tragedias del cine mudo para la que escribía diálogos y comentarios cómicos, logrando un gran éxito y siendo imitado por la competencia hasta el punto de que hasta hoy día se hace en televisión», señala Gallud Jardiel, que añade una segunda aportación: el cine en verso.

Enrique Jardiel llegó a Hollywood en 1932 gracias a su amigo y escritor José López Rubio, que ya estaba trabajando allí en las dobles versiones. «No consistía en traducir el original inglés, sino que se adaptaba y se reescribía incluso la historia para la edición española», explica el investigador que añade que su abuelo veía su aportación diluida con la presencia de hasta tres directores por película, una decena de guionistas y dialoguistas, y actores de toda hispanoamérica con acentos muy diferentes que dejaban a Jardiel Poncela muy descontento con los resultados.

El gran éxito

Tras una primera etapa hasta 1933, Jardiel Poncela volvería a Hollywood al año siguiente. Esta vez contó con mayor autonomía hasta el punto de que la Fox le pidió que adaptase su propia obra Angelina o el honor del brigadier. «Y lo hizo en verso, una formato que no se había utilizado nunca y fue un éxito», recuerda Gallud Jardiel, que afirma que Charles Chaplin, que se oponía al cine sonoro, nada más saber que su abuelo había hecho un filme en verso «pidió un pase especial antes del estreno, pese a que no sabía hablar el idioma».

El legendario Charlot trabó amistad con el grupo de españoles en Hollywood -junto a Jardiel Poncela y López Rubio, también estaban Gregorio Martínez Sierra y Catalina Bárcena- y el escritor madrileño contaba por carta a su familia las visitas al chalet de Chaplin «que les hacía representaciones de sus pantomimas para ver si funcionaban».

Pero el éxito de ‘Angelina’ no impidió la vuelta de Jardiel Poncela al teatro madrileño, su medio natural. «Para ganar lo que en Hollywood tenía que estrenar al menos tres obras al año y que fueran un éxito, pero no le importó», señala su nieto que explica que el escritor dejó el cine, aunque no a la inversa. «Sus obras siguieron captando el interés de productoras, sobre todo españolas, pero fueron adaptaciones muy mediocres», se lamenta Gallud Jardiel, que también recuerda las cartas de su abuelo en las que hablaba del racismo de EE UU, las relaciones con la mafia de los estudios o los actores atados por contrato y obligados a hacer siempre el mismo papel. Esas experiencias las convirtió en una obra teatral, El amor sólo dura 2.000 metros, una sátira que hacía referencia a la extensión de un largometraje, pero sobre todo el particular ajuste de cuentas del autor con Hollywood y el cine.